miércoles, 7 de octubre de 2009

Se equivocaban



Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por creer al palomar de su nidal morada,
cebo para los halcones de su majestad quedaba.
Se equivocaba.
Del barro maestro siglos en pie llevaba,
hoy yace abierto por su mitad en el suelo,
esperando a que la lluvia y el viento hagan el resto.
Se lamentaba.


Se equivocó la cigüeña.
Se equivocaba.
Por ser del palacio su veleta
creyó al Pinoche su nido y atalaya.
Se equivocaba.
Piedad y amor filial virtudes son de ave tan bella
por soberbia y fatua respuesta encontrada
de no dejarla anidar ni en esta ni en otra teja,
no vaya a molestarse la dueña.
Se lamentaba.


Se equivocó el cangrejo.
Se equivocaba.
Creyó que el arroyo era jardín limpio y fresco,
que la corriente proveía su más seguro alimento.
Se equivocaba.
Que el rojo era compañero y aliado,
no genocida usurpador del fluvial sostenimiento.
Se lamentaba.


Se equivocó la avutarda.
Se equivocaba.
Por ir al norte fue tiroteada,
al sur, con cables de luz chocaba.
Se equivocaba.
Creyó que el trigo y la cebada, alimento,
no de furtivos refugio para nocturno acecho.
Se lamentaba.


Se equivocó la salamanquesa.
Se equivocaba.
Creyó del hombre ser discreta aliada,
pues de insectos por la noche le libraba.
Se equivocaba.
Por ser reptil su miedo y desprecio,
de falso veneno nigromántico acusada.
Se lamentaba.

Se equivocó el galgo.
Se equivocaba.
Por creerse de su dueño agradecida fiesta
tras las liebres raudo, fino y atleta.
Se equivocaba.
Confundió el halago con la escopeta,
el collar, con el nudo por el que le colgara.
Se lamentaba.

Se equivocó el aguilucho.
Se equivocaba.
De su planeo hipnótico y oscilante
como joya del campo tintineante.
Se equivocaba.
La cosechadora, por anidar en el suelo,
la vida de sus pollos segara
sin levantar vuelo.
Se lamentaba.


Se equivocó el corzo.
Se equivocaba.
Creyó saltar en el soto
lo que era una calzada
de automóviles surcada.
Se equivocaba.
Que el arroyo su escondida morada,
sin saberse en libertad vigilada.
Se lamentaba.


Se equivocó la liebre.
Se equivocaba.
Creyó que su fugaz carrera,
de galgos y hombres la librara.
Se equivocaba.
Por huir de ser cazada,
yace en la cuneta atropellada.
Creyó encontrar en la pradera hierba
y no peste por el hombre diseminada.
Se lamentaba.

Ellos tienen la vida de un hilo enganchada.
Tú en la cumbre de una tierra esquilmada.


(Bestiario caprichoso a propósito del poema “Se equivocó la paloma”, incluido en el libro de Rafael Alberti Entre el clavel y la espada, 1941.)